viernes, 6 de junio de 2008

ALTOS DE LA TORRE




Nancy Rentería

Jairito


Escuela que está construyendo el Colegio San José de la Salle







DOS MUNDOS, UNA SOLA REALIDAD


Lo recuerdo bien, era un Papá Noel barrigón que tenía una bolsa llena de regalos para todos los niños que sé encontraban en aquél lugar. Mi papá era igualito, y curiosamente él mismo nos llevaba a estas fiestas, y nos advertía que los únicos niños que no tendrían regalos seríamos mi hermano y yo. Papá era siempre el primero en desaparecer cuando llegábamos.
La verdad, no importaba mucho, con escasos 7 años, sabía que cada Diciembre íbamos allá, y que mi mamá nos hacía recreación en esa casa hecha con tablas de madera y piso de tierra. Y esa era la mejor fiesta en la que podía estar, había muchísimos niños para jugar, yo era completamente feliz, me sentía en el paraíso.
Tenía 14 años cuando me volví a encontrar con ese mundo, después de mucho tiempo, abrí los ojos y me encontré con una realidad que ignoraba… el paraíso que conocía, había desaparecido.
Ese día, la burbuja de cristal en la que crecí se rompió de forma abrupta, dándome espacio para un acercamiento a seres humanos que iguales a mí, vivían en condiciones muy diferentes.
La líder, nos decía a todos: “Cada pareja irá a la casa que yo le diga, y mientras que almuerzan, deben conversar con la familia sobre los motivos de su desplazamiento. A la 1:30 PM nos vemos en el Salón Comunal”.
Yo había comprado pollo asado, y el olor se esparcía por todas partes; empezamos a subir a la invasión y en 5 minutos, estaba rodeada de niños, que me pedían “de lo que tenía en la cajita amarilla”. Empecé a desesperarme, porque sabía que tenían hambre, pero ese almuerzo era para la familia a la cual estaba destinada. Saqué de mi bolsillo un billete arrugado de 5 mil pesos, paré en una tienda y compré una bolsa de dulces; grave error, sí, con eso los despisté, pero no les quité el hambre.
Subimos por unos 20 minutos, cada vez las casas eran más humildes, más pequeñas y de todas partes, aparecían más niños que a esa hora debían estar en la Escuela.

En la invasión, El 60% de las viviendas son en su mayoría de madera, el 30% de ladrillo, el 10% de tapia; y el 100% de los techos de las viviendas son de latas de zinc.

Llegamos a la casa, entramos, y en una cama en medio de la “sala” se encontraba un señor durmiendo; tocamos la puerta, y una mujer apareció detrás de una cortina, que separaba la sala, comedor, cocina, alcoba; del “baño”, lavadero, tendedero de ropa; vivían en un total hacinamiento.
El piso era de tierra (Cómo el del 40% de las casas de la invasión) y, a pesar de eso, estaba perfectamente barrido. La mujer, con voz baja, nos saludó para no despertar al señor que estaba enrollado en las cobijas, se presentó como Rocío* y nos invitó a pasar a la mesa.
Le pregunté si quería almorzar y me dispuse a sacar el almuerzo, mientras ella iba por los cubiertos y vasos. Al sentarse le pregunté por su familia, y me respondió: “Tengo 5 hijos, los dos mayorcitos están trabajando y los otros 3 están en la Escuela”. Cuando le indagué por el señor que estaba dormido, me dijo que era su esposo, pregunté si trabajaba y ella me respondió con un NO bastante airoso. Nos contó que era minero en Amagá y que desde que se vinieron a Medellín no había podido conseguir trabajo, así que ella iba por días a lavar y planchar la ropa en una casa, mientras sus hijos mayores, de 15 y 17 años, trabajaban, uno en la plaza minorista y el otro vendiendo dulces en la calle.
En el asentamiento, el 23.7% de la población tiene entre 7 y 17 años, el 11.1% trabaja y el 11.1% está inactivo, el 7.9% tiene entre 18 y 22 años (edad universitaria), el 66.6% trabaja, el 50% tiene entre 23 y 65 años (edad laboral), de los cuáles el 68.4% trabaja, el 5.3% estudia y trabaja, y el 55.5% está inactivo. El 60% de las cabezas de familia tienen un trabajo estable, el 10% inestable y el 30% no tienen, el 60% de las cabezas de familia tienen un ingreso económico menor a un salario mínimo mensual y el 40% equivalente a un salario mínimo mensual.

Mi compañero le preguntó a Rocío sobre su desplazamiento, qué cosas lo había causado y ella, sin reparos nos contó su historia:
Su familia vivía en Amagá, eran mineros, y tenían sus cosas, vivían bien, “Eran menos pobres”, nos decía ella. Un día sin más, su hermano de 19 años apareció descuartizado en una bolsa en la puerta de su casa. Rocío se paró tomó un portarretratos que se encontraba encima de su closet y nos señaló: “Es él, era un muchacho muy berraco” (El 70% de las familias de la comunidad han sufrido el asesinato de un familiar suyo).
Desde ese día unos guerrilleros empezaron a ir a su finquita a exigirles dinero, y cómo ellos no tenían, les pidieron que desalojaran la casa, “Que disque porque la necesitaban”. Ese mismo día empacaron lo que pudieron, se llevaron algunos de sus animales y arrancaron para Medellín, soñando con un mejor futuro. Eso había sucedido 6 años atrás y, a esas alturas, ya toda su familia habitaba en la invasión de desplazados, conocida como Altos de la Torre.
Éste no sólo es el drama de esa familia que conocí el primer día que subí con la pastoral de mi colegio, es el drama que, hasta el momento agobia a más de 3.800.000 colombianos. La movilización humana forzada por la violencia, es uno de los fenómenos sociales más difíciles y complejos de nuestro país, porque genera un gran impacto en las condiciones de vida de las personas, condenadas a dejar atrás sus casas, sembrados, animales… su vida. Imaginen a esos niños que sin poder comprender lo que pasa se aferran a sus juguetes, defendiendo el último recuerdo de las parcelas y los hogares que abandonan, muchas veces para siempre.
Cómo debe ser llegar a un monstruo de cemento como lo es la ciudad, sin ninguna mano amiga, sin un lugar dónde dormir o comer, y sin tan si quiera el amparo de Dios.
La cabeza de la mayoría de las familias desplazadas, son mujeres, que luchan contra el mundo para sacar adelante a sus hijos; son mujeres que a pesar de tener máximo una educación primaria, se levantan cada día con un pensamiento claro: Conseguir comida para hoy.
En el 50% de las viviendas se alimentan tres veces al día, en el 20% dos y en el 30% una, dos o tres, dependiendo de la situación económica de ese día.

Lo sorprendente, es que estos niños aunque crezcan en mundo tan hostil, son capaces de dar mucho amor, y convertir ese lugar de situaciones tan precarias, en un paraíso.

La Torre, se encuentra habitado por alrededor de cuatrocientas familias pero, para efectos de esta investigación y del trabajo que desde el año 2004 la Comunidad de los Hermanos de La Salle allí viene realizando, la población beneficiaria la compone la parte más alta del asentamiento, con una población de más o menos ochenta familias, de las cuales unas cuarenta y cinco han sido prestas al trabajo.

Esa fue la primera vez que subí a la invasión, ese mismo año, fui otras dos veces mientras hacía un curso de liderazgo.
La primera parte fue una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido, porque por 3 días, viví lo que una familia de Altos de la Torre: Comí lo que ellos comían, dormí en una colchoneta sobre el piso de tierra, experimenté su situación con la falta de servicios públicos y en una noche de lluvia, me mojé por las goteras que tenían invadido su techo.
En la Torre, el 100% de las viviendas carecen de acueducto con agua potable, el 100% de las viviendas carecen de un alcantarillado, el 70% tienen electricidad “chuzada” de los postes; el 20% la tiene legal, el 10% no tiene electricidad y el 100% de las casas carecen del servicio de teléfono.

La familia con la que permanecí, estaba conformada por 4 hijos, padre y madre. La mamá era ama de casa, y el papá iniciaba una pequeña fábrica de sandalias. Una de sus hijas se llamaba Brillit, tenía 6 años, y sufría de un problema del corazón del que había sido operada con tutela 3 veces. Sus padres debían poner una tutela más, ya que le faltaba aún una cirugía para tener la vida de una niña normal. Esos días, observé como su madre impotente, sentía que no iba a poder salvar a su hija y lloraba, culpando a Dios y al destino, por su pobreza, razón por la que creía no podía alargar la vida de ese ser que tanto amaba. No sólo vi su frustración, la sentí. Es difícil descubrir que en nuestro país las personas mueren por negligencia y que los médicos han perdido su ética, y su compromiso con la vida. Y ver que la población vulnerable cada día es más afectada por el sistema, por la falta de servicios públicos, de agua limpia, de alcantarillado decente, y de salud. Estas, son personas, a las que se les niega el derecho de vivir.
Antes de irme, Brillit corrió para abrazarme, y con una sonrisa en la cara me dijo: “Quiero que seas mi amiguita el resto de mi vida”. En mi camino de regreso a casa, no pude dejar de pensar ni un segundo en esa niña que me regaló momentos de amor y alegría, no pude evitar que las lágrimas rodaran por mis mejillas.
En mi segunda experiencia de 8 días, conocí a una linda niña 9 años, no recuerdo su nombre, pero si su apodo, le decían “La Gata” ya que detrás de su cara mugrienta y llena de cicatrices, tenía unos ojos hermosos, que nunca volví a ver. Un día mientras hacíamos una actividad en el salón comunal, llegó a abrazarme corriendo y llorando, rogándome para que no la obligara a volver a su casa, implorándome que la llevara conmigo, que no la dejará sola. Sin entender lo que pasaba, decidí escaparme de la actividad para investigar lo que sucedía en su casa… En la puerta estaba un hombre que tenía una correa en las manos esperando la llegada de su hija de ojos verdes. Yo, intentando contener la rabia que tenía por dentro, le pregunté al señor amablemente, si le permitía a la niña quedarse conmigo un rato más, que yo la cuidaría y luego se la traería. Ella, detrás de mí, no se atrevía decir una palabra.
El señor cortante respondió: “Esa muchachita no ha estado en la casa en todo el día, ni si quiera ha comido, y usté está muy culicagada como para cuidar de otra persona. Hágame el favor y me la entra que se ganó una pela”.
Intentando contener las palabras sin obtener frutos le dije: “señor, si ella no ha estado en la casa es porque ha estado conmigo todo el día. Yo le voy a dar comida, no se preocupe, pero a la niña no le puede pegar”. Por un momento pensé que el correazo me lo iba a dar a mí. La mamá que estaba “echada” en la cama, le dijo a su esposo que nosotros no estábamos haciendo nada malo, que ya casi terminábamos y que yo no me volvería a aparecer por ahí. Di media vuelta y me fui con la niña que tomaba mi mano con fuerza, mientras lloraba de nuevo, imaginando el maltrato que la esperaba. Los siguientes días, La Gatita estuvo pegada de mí como una garrapata, me ayudó mientras hacíamos un pesebre gigante debajo de la torre de energía que le había dado el nombre a la invasión, y lo estuvo un minuto antes de irme en el bus hacia mi hogar, esta vez, de nuevo rogándome que la llevara conmigo.

La violencia intrafamiliar y el abuso sexual en estos grupos vulnerables es mucho más frecuente que en el resto de Medellín, y por esta razón las entidades del orden municipal, departamental y nacional deben emprender acciones urgentes e inmediatas para prevenir estas situaciones.

El 70% de la población no siente la presencia del Estado colombiano en el barrio, el 20% sí la siente y el 10% no sabe si la hay.

El gobierno en sus estadísticas muestra una mejoría al respecto, pero en realidad, sus medidas de vigilancia y prevención sólo han cubierto a un pequeño porcentaje de la población desplazada.

En el 2006, no estuve activa en la pastoral, vivía en Boston, al frente de mi colegio, no demasiado lejos de La Torre. Un día tocaron a mi puerta unos niños que pedían limosna. Al bajar para darles comida, uno de ellos me preguntó que si yo había ido a La Torre, que el vivía allá y que me había visto. Después de eso, nos hicimos amigos, todos los días iban, y como no estudiaban, empecé a enseñarles a leer y a escribir en la puerta de mi casa, con un tablero que me había prestado una vecina.
De los 3 alumnos que tenía, 2 de ellos no quisieron volver, pero Jairo, Jairito como lo llamaban por cariño, iba mínimo 3 veces a la semana para que le diera clase. Así fue por 4 meses, hasta que un día que la Pastoral subió a La Torre, yo subí con ellos para almorzar en la casa de la mamá de Jairito. Tuve una conversación con ella, donde me hablaba de su desesperación, ya que Jairito se volaba de la casa para pedir limosna y tenía miedo de que el Bienestar Familiar lo agarrara, como había pasado ya con su hijo menor de 7 años, que para ese momento no le habían entregado. Yo le dije que la mejor manera de evitar esa situación, era que Jairito empezara a estudiar en una Escuela de verdad.
La siguiente semana vinieron 2 niños a pedir limosna a mi puerta…Jairito ya no estaba entre ellos.
El 100% de los niños y jóvenes de La Torre que no estudian, no lo hacen porque no les gusta, el 11.1% de niños entre los 7 y 17 años trabajan, el 4% nunca ha estado en una Escuela.

Después de ese reencuentro con el trabajo social, decidí volver al grupo, que se preparaba para visitar el asentamiento durante la Semana Santa.
Esa semana fue de mucha espiritualidad, y nosotros de nuevo trabajamos con los diferentes grupos de la invasión. En La Torre, hay gran cantidad de madres adolescentes, pero en esta ocasión me hice muy amiga de una joven que tenía mi edad, y que había acabado de tener una hija a la cual había llamado Laura.
Todos los días subía a consentir a la bebita, salía a caminar con ella, le daba tetero y la cuidaba. Días antes de volver a casa, estaba cambiándole el pañal cuando la joven madre me empezó a hacer unas preguntas que detuvieron mi corazón. Me dijo que si me gustaba mucho su niña, que a ella le daba mucho pesar porque no iba poder ofrecerle un mejor futuro, que ella no creía ser una mamá responsable… y después de un largo silencio, me preguntó si me gustaría que me regalará a la bebé.
Yo, pasmada, le dije que eso no era posible, que no podía regalar a su hija, que debía sacarla adelante como fuera, y al llegar la abuela, también me apoyó.
Este tipo de cosas no son sólo producto de la falta de educación sexual y prevención de embarazos adolescentes en las mujeres, también factores como la pobreza y la falta de oportunidades para salir adelante con sus familias, lleva a mujeres como ésta a esos extremos.

Detrás de todo el proceso Pastoral se encontró una gran líder, Ana Milena Saldarriaga. Ella es una mujer que toda su vida ha trabajado por un mundo mejor, que ha entregado todo de sí misma a quiénes más lo necesitan. Es una maestra de corazón, que en su lucha por educarnos, marcó una huella en muchas vidas con el ejemplo de la suya. Tiene una gran sensibilidad social y compromiso con las personas que la rodean. Nos acompañó en un proceso de crecimiento y conocimiento de esta nueva realidad.

Desde el año 2003 El Colegio San José de la Salle en unión con ALDEA (Asociación de exalumnos lasallistas) y con otras corporaciones, empezaron a ofrecer ayuda a la invasión, especialmente en materia de alimentación y educación. Por iniciativa de la señora Nancy Rentería, líder del asentamiento, y junto con otras mujeres, empezaron a gestionar varios proyectos para mejorar la calidad de vida de sus amigos y vecinos.
Con la ayuda de estas corporaciones, y de personas que se sensibilicen con esta realidad, dónde dos mundos aparte, ambos ciegos ante la existencia del otro, se unen para formar un solo país llamado Colombia, del que todos somos responsables, siendo actores en la democracia, y ayudando a quiénes lo necesitan.